viernes, 22 de junio de 2012
Iglesia y bienes materiales
La crónica menor
IGLESIA Y BIENES MATERIALES
Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
El poder y el dinero han sido a lo largo de la historia de la humanidad, tentaciones permanentes para el uso y el abuso, tanto de los bienes como de las personas. La complejidad del mundo contemporáneo y los cambios profundos en el valor real del dinero, sujeto a los vaivenes del mercado y la manipulación financiera, postulan una trasparencia que exige controles y equilibrios en el manejo de los mismos.
Recientemente observamos una tendencia a involucrar a la Iglesia como institución, principalmente a su más alto nivel, el vaticano, en acusaciones de manejos turbios que pretenden salpicar desde el Papa hasta los colaboradores de menor rango. No se trata de tapar, negar o condenar a quienes así obran. Seguramente lo harán por diversos motivos, no todos muy santos, porque si se golpea a la institución más confiable en el orden ético, quedamos a merced del mejor postor, imponiendo una moral que se guíe por la ley del Talión.
Los bienes de la Iglesia, están sometidos a los mismos principios de la doctrina social de la Iglesia: el destino universal de los bienes y la función social de la propiedad. Juan Pablo II enunció en Puebla: “sobre toda propiedad privada grava una“hipoteca social”. Esto requiere que dichos bienes estén sujetos también a los criterios que rigen la gestión profesional en la sociedad civil. La Iglesia, siguiendo la lógica de la parábola de los talentos, no debe quedar al margen de esta verdadera revolución cultural que se está produciendo en materia de mejor administración de recursos humanos y materiales, que siempre son escasos en relación con las necesidades a cubrir. Lo exige la opción preferencial por los pobres.
Seguramente que una de las medidas que habrá que tomar, habida cuenta de las denuncias y escándalos vividos recientemente, es la necesidad de una mayor trasparencia y la de aceptar las reglas de control y supervisión externas que den fe del pulcro manejo de los bienes. Querer sustraerse a esos controles en nombre de la autonomía o soberanía, es un subterfugio que indica más bien, voluntad de escapar a rendir cuentas. La Iglesia debe dar en esto un ejemplo claro.
Constituida por hombres, capaces de la virtud y del pecado, confiamos en la figura atribulada de nuestro anciano Pontífice Benedicto XVI, a quien le toca esta hora amarga, con la convicción personal de que tomará las medidas pertinentes que dejen en claro lo que los Papas de los dos últimos siglos han puesto en evidencia: el valor de su fe y virtudes, custodios como han sido del tesoro del Evangelio.
II.- La dimensión económica de la vida social yeclesial
Desde que los hombres viven en sociedad después del pecado original, sustransacciones han tenido siempre una dimensión económica. En el paraíso loseconomistas no eran necesarios, porque reinaba la abundancia y cada uno podíalibremente proveer a sus necesidades. La ciencia económica nace como respuestaal problema de la escasez. ¿No es acaso la escasez lo que nos congregahoy?
Lo característico del mundo contemporáneo, en el cual la riqueza nodepende de la propiedad inmueble sino del trabajo inteligente del hombre, es laimportancia que ha adquirido el dinero como unidad de cambio y de ahorro. Loprimero en relación con la división del trabajo; lo segundo como expresión deltrabajo acumulado. Los bienes muebles hoy tienen infinitamente mayorsignificación que los inmuebles, y gracias a la digitalización de lascomunicaciones, estos bienes han adquirido una volatilidad que muchos dirigentessociales, tanto públicos como privados, no terminan decomprender.
Esto tampoco termina de comprenderse en la Iglesia. Inútil es decirles austedes que toda pastoral tiene una dimensión económica. Y, sin embargo,¿cuántos planes pastorales elaboran un presupuesto de su costo económico?Tradicionalmente la organización económica de la Iglesia estaba fundada en losbienes inmuebles, tanto en los de uso como en los de renta, porque su pastoralera territorial. Obispados y parroquias son territorios. Sus criterios deadministración siguen cánones muy antiguos. Cada unidad se supone que esautosuficiente. Como el modelo económico es cuasi feudal, las conferenciasepiscopales no encuentran el modo de financiarse si no es pidiendo fondos alexterior, como hacen nuestros Estados nacionales. La deuda externa de la Iglesialatinoamericana es inmensa.
¿Por qué ocurre esto? A mi juicio, porque la Iglesia latinoamericana noha comenzado a pensar siquiera un modelo de organización económica que respondaa la eclesiología de comunión elaborada en el Concilio. Un chiste expresa bienesta situación. Un párroco se dirige un domingo a la comunidad congregada parael culto y le dice que tiene dos noticias que darle: una buena, y otra mala. Laprimera es que la parroquia tiene todo el dinero necesario para satisfacer las necesidades parroquiales. Lasegunda, la mala, es que ese dinero está en manos de ellos, y no denosotros…Pues bien, este chiste expresa una gran verdad eclesiológica ycultural. Eclesiológica, porque la Iglesia es el Pueblo de Dios, y su riqueza esla de sus miembros; y cultural, porque hoy lo que importa no son los terrenos nilos edificios, sino el tiempo, los talentos y el dinero de los fieles. En elantiguo modelo patrimonial, el obispo y el párroco beneficiario, gozaban de unagran autonomía en la administración de los bienes, porque percibían mayormenterentas. Luego pasaron a depender del Estado, pero cuando el lazo se cortó laIglesia no supo reconocer la novedad de la situación y adecuarse a ella. Si hoyno tiene un sistema impositivo digno de ese nombre es porque su estructurajurídica cuasi feudal se lo impide. Por eso las viejas órdenes y congregaciones religiosas, que hacen votosde pobreza personal pero no colectiva y no se estructuran sobre basesterritoriales, disponen de mayores recursos para sus planes pastorales que lasviejas estructuras diocesanas. Lo mismo cabe decir de los nuevos movimientoseclesiales. Operan en la Iglesia con la agilidad de las empresas transnacionalesen el mundo.
III.- El sacerdote como administradoreclesial
Creo innecesario recordarque por disposición del Código de Derecho Canónico, el Obispo y el párroco sonlos administradores de la diócesis y de la parroquia respectivamente, contandopara ello con el concurso de otras estructuras y cargos como los Consejos deAsuntos Económicos, el Colegio de Consultores y el Ecónomo. Me interesa abordaren este párrafo, no la dimensión jurídica de la responsabilidad, sino laespiritualidad que la debe animar.
Según el Diccionario de uso del español(María Moliner),administrar es “dirigir la economía de una persona o de una entidad cualquiera.Cuidar los intereses de una comunidad…”. Administrador es un “empleado que tienea su cargo la administración de un establecimiento o de los intereses de unparticular”. Al administrador le compete, pues, dirigir laeconomía. Tratemos de iluminar estas exigencias desde elEvangelio.
Recordemos ante todo un texto de Mateo: “Al oír esto, los otros diez seindignaron con los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: ‘Ustedes sabenque los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacensentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el quequiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser elprimero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para serservido, sino para servir y dar su vida en rescate por unamultitud’”(Mt.20,24-28). Esta enseñanza de Jesús despliega una polaridad deactitudes en relación con la dirección de la comunidad: por un lado poder ydominio, por el otro servicio. Es conveniente detenerse para analizar cómo semanifiesta en nuestras vidas la ambición de poder cuando tenemos laadministración económica entre nuestras manos. A mi juicio enfrentamos aquí elprincipal problema del fracaso de la reforma económica de la Iglesia.
Si concebimos el cargo de administrador como unpoder, seremos muy celosos en no compartirlo, y entonces veremos en ejercicio elgran clericalismo existente en las administraciones eclesiales en las cuales seobserva una dificultad extrema en los responsables en delegar en quienes sabenmás que ellos la administración de los bienes eclesiales. Si, por el contrario,la potestad de administrar es vista como un servicio a brindar, se procurará queel servicio sea el de máxima calidad posible, y para ello se recurrirá a quienesson expertos en la materia, es decir a los laicos, aunque no fueran de laamistad directa de los administradores. El servicio se mide por el grado desatisfacción de la comunidad servida; cuando la administración se enfoca desdeel poder, lo que se mide es el grado de satisfacción de quien delega: este esbueno porque hace lo que yo le mando. Concebir el rol de administrador como unservicio, organizar la curia como un centro de servicios, organizar laadministración parroquial como un servicio compartido, exigen una conversiónpermanente del corazón. Es sabido que ‘soltar’ el deseo de controlar todo marcaun antes y un después en nuestro camino espiritual.
Traigamos ahora a colación un texto de Lucas en relación con la economía.“’ El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que esdeshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no sonfieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y sino son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará alotro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No sepuede servir a Dios y al Dinero’. Los fariseos, que eran amigos del dinero,escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús. El les dijo: “Ustedes aparentanrectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que esestimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable a los ojos deDios”(Lc.16,10-15). Esta enseñanza de Jesús también despliega una polaridad deactitudes en relación con el dinero, instrumento de la economía: por un lado lopropio, la propiedad, por el otro lo ajeno, lo administrado. El administrador es un empleado delpropietario de los bienes. ¿Quiénes el propietario de los bienes eclesiales? La persona jurídica a cuyo nombreestán registrados, que es siempre una comunidad eclesial. Sin embargo, cuandonos adentramos en la vida interna de diócesis y parroquias, quedamosestupefactos al ver la desaprensión con que estos bienes son administrados.Terrenos, edificios e iglesias sin las escrituras correspondientes en orden,parroquias sin inventarios que permitan saber cuáles son los bienes personalesdel párroco y lo que pertenece a la institución, no distinción en las parroquiasconfiadas a religiosos de los bienes pertenecientes a la comunidad religiosa y ala comunidad parroquial, dinero de colectas y donaciones no contabilizado,dinero parroquial depositado en cuentas corrientes del párroco, etc. etc. Losejemplos que se pueden dar de confusión entre los bienes que el administradorgestiona como si fueran propios y aquellos otros que reconoce como ajenos soninnumerables. Pero lo más grave es que en la Iglesia no hay verdaderasauditorías ni en las diócesis cuando cambian de administrador, ni por parte delos obispos cuando se producen cambios o visitas pastorales en las parroquias.Al punto que me animo a decir, por lo que conozco de mi país, que prácticamenteningún obispo sabe a ciencia cierta cuáles son los bienes, muebles e inmuebles,sobre los cuales debería dar cuenta. Una de las consecuencias de esta situaciónes la altísima tasa de riesgo que paga la Iglesia bajo la forma de cuantiososjuicios en su contra. Otra, es que no hay transparencia en las cuentas y ladeshonestidad queda impune.
Llegamos así a un problema espinoso, el de la relación del sacerdote conel dinero. La experiencia llevada a cabo en la Argentina con el taller parapárrocos nos ha demostrado que existe un bloqueo afectivo para hablarabiertamente del dinero. El tema no ha sido abordado durante el período deformación en el seminario, de modo que esta relación queda determinada por lahistoria personal de cada uno. No es lo mismo haber nacido en un hogar muyacomodado, en un hogar de ingresos suficientes pero muy ajustados, o en un hogardecididamente pobre. Y además haber o no recibido una capacitación en el uso ygestión del dinero, aprendiendo a registrar gastos e ingresos, a hacerpresupuestos y trámites bancarios. También en este campo se despliegan dosactitudes polares: la dependencia y la libertad. La dependencia puede, a su vez,asumir dos formas. La primera es la demonización del dinero. No debe tocarnuestras manos porque nos haría incurrir en una especie de impureza ritual. Comolos laicos ya viven en ese contacto impuro, que asuman ellos el problema y seocupen de “mantener” al cura como si fuera un niño irresponsable. Todo estoacompañado de una ideología de la pobreza siempre crítica de todo progresosocial. La segunda actitud es la opuesta, y está representada por la avaricia.La dependencia se manifiesta en la adicción de controlar todo lo atinente almanejo del dinero, y en ocasiones en mantener un nivel y estilo de vida que nose compadece con los ingresos ‘blancos’ que tiene. O enriquecimiento personal, ousufructo de la posición administrativa de poder, cargando a la institucióngastos personales.
En el polo opuesto encontramos la libertad de indiferencia que nace de laauténtica pobreza de espíritu. Es la libertad que proclamaba Pablo cuando decíaque podía vivir tanto en la abundancia como en la estrechez. La actitud clave esel desapego, que nace de considerar el dinero administrado simplemente como unmedio al servicio de un fin. En el caso de la Iglesia, los fines enunciados enel Código que pueden resumirse en el enunciado del Episcopado argentino en suCarta pastoral: el sostenimiento en forma permanente de la obra evangelizadora de la Iglesia. A mi juicio, laavaricia y la lujuria son dos pecados capitales que obedecen a pulsiones que generanactitudes comunes: la adicción y la represión, que nos producen vergüenza y delas que no queremos hablar. Del mismo modo que una sana espiritualidad cristianaexige sanar la dimensión sexual de nuestra persona asumiendo su significadoprofundo, también exige sanar nuestro vínculo con el dinero como símbolo delpoder que nos otorga la posesión de bienes materiales. Pobreza de espíritu yservicio van de la mano.
IV.- La responsabilidad del administradoreclesial
Toda forma de espiritualidad cristiana está anclada en el misterio de laEncarnación. Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres, es luz yverdad no sólo porque nos comunica una revelación sobrenatural, sino tambiénporque nos participó la luz natural de la razón para que descubriéramos laverdad a partir de la realidad inteligible. Una espiritualidad holística meditaen profundidad el prólogo del evangelio de Juan, que en último términofundamenta la autonomía relativa de lo temporal.
La espiritualidad cristiana no debe privarse de las mediacionesracionales si quiere evitar caer, sin saberlo, en un idealismo desencarnadoal estilo platónico. Pienso que uno de los principales defectos de la inmensamayoría de los proyectos pastorales de nuestras Iglesias es que se proponenfines muy laudables, se elencan prioridades, se repite hasta el cansancio lo quese debe hacer, pero se guarda silencio sobre quiénes lo van a hacer, enqué tiempo, cuánto dinero van a demandar, cuántas personas van a serremuneradas, quién y cuándo evaluará los resultados del plan. Se omiten lasmediaciones racionales, y todo se confía a la buena voluntad de “agentespastorales” ya abrumados por encargos anteriores, que, aunque asistidos por lagracia divina, no pueden cumplir lo que se les encomienda. Los organigramas sonperfectos, pero los resultados son pobres.
Las reflexiones que siguen procuran un acercamiento racional al problemasde las responsabilidades administrativas. Seguiré siendo franco en la expresiónde mi pensamiento porque estoy convencido de las palabras de Jesús: la verdadnos hará libres. Enumeraré siete puntos que me parecen indispensables para viviruna espiritualidad encarnada de la administración de los bieneseclesiales.
1) El primer paso es adoptar el principio de la corresponsabilidadeclesial. El Pueblo de Dios a nosotros confiado tiene hoy día un enorme conjuntode laicos, varones y mujeres, altamente entrenados en la administración de organizaciones mucho máscomplejas que las diócesis y las parroquias. El secreto de quien dirige unaorganización compleja no es querer hacerlo todo solo, o confiar sólo en elasesoramiento de un conocido a quien le tenemos confianza. Es aprender a delegaren cuerpos colegiados como los Consejos de Asuntos Económicos la selección y elcontrol de quien deberá asumir el cargo de ecónomo o equivalente. Algo análogo alos Directorios de las sociedades anónimas que seleccionan al Director Ejecutivode las mismas. Dirigir es hacer hacer. Hay que animarse a elegir un Consejo deAsuntos Económicos integrado por personalidades fuertes capaces de decirle tantosi como no a quienes los han designado. Los Consejos incondicionales no sirven,porque no aconsejan en tiempo y forma. ¿No habrá llegado la hora de que lasdiócesis tengan como administradores ejecutivos a laicos competentes remuneradoscon dedicación exclusiva?
2) Un problema que la Iglesia deberá enfrentar seriamente es el de lacapacitación para el desempeño de un rol. Los que estamos a cargo de laenseñanza en las facultades o seminarios somos capacitados en universidades deprestigio para desempeñarnos idóneamente como profesores. Los títulos deLicenciado y Doctor lo certifican. Pero no existe una capacitación paradesempeñarse como párroco o como obispo. Recibimos una formación general,pero no somos capacitados para gobernar. Las empresas económicascapacitan a sus gerentes en escuelas de negocios. Las Fuerzas Armadas tienen susEscuelas de Guerra. Los funcionarios públicos tienen sus Escuelas de Gobierno ode Administración Pública. ¿No debería tener la Iglesia Escuelas de gobiernoeclesial? ¿Son acaso suficientes los actuales talleres de una semana corta deduración para párrocos y obispos? ¿Y no debería considerarse seriamente laposibilidad de que antes de asumir, los nuevos párrocos y obispos siguieran porlo menos un curso intensivo trimestral de gobierno y administracióneclesial?
3) Si se admite el principio de la corresponsabilidad y la delegación deautoridad en los organismos colegiados, queda pendiente aún la cuestión de loscriterios pertinentes para la selección del ecónomo o director ejecutivo. Elprimero, y el más importante, es que debe ser idóneo para el cargo. Lasempresas recurren a agencias especializadas para reclutar a sus ejecutivos. LasFuerzas Armadas tienen sus Juntas de calificación. Las Universidades realizanconcursos académicos. Mi impresión es que la Iglesia carece de proceso racionalde selección. Generalmente el criterio predominante es la confianza quedespierta la persona en quien lo elige. En la inmensa mayoría de los casos queconozco es un clérigo en las curias, y un laico amigo del párroco en lasparroquias. Criterios que emplearía un jefe de familia para administrar susbienes personales, pero que no esadmisible cuando lo que se administra son bienes públicos de la comunidadeclesial. Un poco de humildad socrática - saber que de esto no se sabe –contribuiría significativamente al logro de mejoresresultados.
4) Aunque de vergüenza decirlo, es responsabilidaddel administrador eclesial ser honesto. Esto implica, a mi juicio, trescosas.
a) Primero no robar, es decir no quedarse con lo ajeno. Para ello hayque ser extremadamente escrupuloso en diferenciar lo que es propiedad personaldel administrador de lo que pertenece a la institución que administra. Vimosantes que esto no es siempre el caso. Si bien la institución del “beneficio” hasido suprimida, la mentalidad no ha corrido la misma suerte. Pero ocurre tambiénque cuando no se cumplen las obligaciones de justicia conmutativa también nosestamos quedando con lo ajeno. En mi país la evasión impositiva y previsionalson dos tumores que carcomen la solidaridad. En la Iglesia también se evaden lasimposiciones, tanto las civiles como laseclesiales.
b) Ser honesto es no malversar los fondos.Si el gobierno ha dado un subsidio para comprar alimentos, no puedo destinar losfondos para pagar a una persona que los cocine. Si he pedido dinero para pagarel techo de una capilla, no puedo destinar ese dinero para una urgenciainesperada. El respeto a la voluntad del donante debiera ser un principioinviolable, pero debemos reconocer que no siempre se lo respeta. Como, porejemplo, cuando una diócesis retiene el monto de una colecta nacional paraCaritas durante meses.
c) Ser honesto es no mentir. Como este temaserá retomado a propósito de la transparencia, me limito a señalar lafacilidad con que mentimos enmateria económica. Desde dar recibos de donaciones por montos mayores que losefectivamente desembolsados, hasta rendiciones falsas decuentas.
Una espiritualidad encarnada no puede admitir unaseparación entre la conducta moral y la fe. Me parece que así como en materiasexual rige un tutiorismo extremo, en materia económica rige un laxismo extremo.Es urgente cerrar esta brecha, que es por otra parte conocida por los laicos yles produce escándalo.
5) Un administrador debe rendir cuenta desu administración. En el evangelio encontramos muchos ejemplos, desde laparábola de los talentos (Mt.25,14-30) y la parábola del administrador fiel(Mt.24,45-51), hasta la del administrador deshonesto (Lc.16,1-8). ¿Rendir cuentaa quien? Desde el punto de vista espiritual la primera rendición de cuentas esen conciencia a Dios. Si mi oración a Dios fuera tan transparente como lo es sumirada hacia mí, las otras rendiciones de cuenta serían una tarea sencilla. Perocreemos, falsamente, que Dios no se interesa en estas cuestiones materiales, yentonces este capítulo no entra ni en nuestra oración ni en nuestro examen deconciencia previo a la confesión.
El Código de Derecho Canónico estipula que “losadministradores rendirán cuentas a los fieles de los bienes que éstos ofrendan ala Iglesia”. Pero a mi juicio también deberían rendir cuenta de laadministración de los bienes inmuebles que administran por cuenta y orden de lacomunidad, ya que las rentas no les pertenecen. El objeto de la rendición notiene sólo por objetivo probar queuno es honesto, sino también dar a conocer a la comunidad el balance de susactivos y deudas, y poder así hacerse una idea más aproximada de la calidad dela administración eclesial y de las posibilidades abiertas a la evangelización.Si el informe se extendiera a los bienes de renta se comprobaría en muchos casosla cantidad de bienes ociosos que tiene la Iglesia sin cumplir ninguna funciónsocial, y en otros casos contratos sospechosos decorrupción.
El tercer destinatario de la rendición de cuentas son lossuperiores o sucesores. En mis tres años de experiencia en el Programa Compartirde la Conferencia Episcopal Argentina he constatado que son poquísimas lascurias que reciben los informes económicos de las parroquias, puntual o impuntualmente. Y pocas las que los reclaman. Eshabitual, también, escuchar de labios de obispos y de párrocos la queja por lasdeudas que les dejaron sus antecesores y que sólo descubren luego de asumir elcargo.
6) Todo lo contenido en los dos últimos puntospuede ser incluido en un concepto que los engloba: transparencia. Hastaahora me he detenido especialmente en la dimensión moral del comportamiento delos administradores públicos de la Iglesia. Es preciso, sin embargo, advertirque en las grandes organizaciones sociales la transparencia no sólo se promuevepor medio de códigos éticos que regulan la conducta de los funcionarios, sinopor códigos de procedimientos de registración de ingresos y control de pagos quedificultan la deshonestidad y favorecen el control de la calidad de gestión.
Contar con un plan de cuentas homogéneo deingresos y egresos permitiría comparar los resultados de las parroquias entresí, como de las diócesis entre sí, además de poder consolidar a nivel diocesanolas cuentas parroquiales. Elaborar un buen plan de cuentas suficientementedesagregado es una cuestión técnica que no admite improvisaciones, pero setransforma en una herramienta decisiva para el buen manejo de la administracióneclesial. Con los medios que brinda la digitalización, cualquier obispo deberíapoder saber al instante el estado de las cuentas de su diócesis, del mismo modoque un director ejecutivo de una empresa que cuenta con varias sucursales sabediariamente lo que pasa en ellas. Lograrlo no es una cuestión económica sinocultural. Hay que confiarle esta tarea a quienes son idóneos y están diariamentefamiliarizados con algo que para nosotros, los clérigos, nos es extraño. ¿Porqué no soñar un poco, y pensar que una diócesis puede tener todas sus cuentas enuna página propia de la red, a la cual puedan acceder todos los fielesinteresados? ¿Tenemos acaso algo que esconder? La conversión espiritual ycultural a la transparencia me parece uno de los pasos más difíciles a emprenderen los próximos años.
7) El último paso indispensable de unadministrador es evaluar la gestión de sus colaboradores a fin demedir su eficiencia en laconsecución de los fines y en el uso de los medios. Para ello es indispensableelaborar un conjunto de indicadores que nos vayan informando de la marcha de laadministración, de modo semejante a como el tablero de un auto o de un avión nosinforma de lo necesario para llegar a destino sano y salvo. De ese modo no volaremos a ciegas.Evaluamos resultados económicos y pastorales para saber dónde estamos; evaluamostambién a las personas para promoverlas o cambiarlas a fin de obtener mejoresresultados. ¿No deberían las diócesis tener una gerencia de personal queatendiera a la capacitación de los miembros de su administración, tantodiocesana como parroquial?
Esta tarea interna debería ser complementada poruna auditoría externa que certificara ante el Pueblo de Dios y la sociedad en suconjunto, que las cuentas de la Iglesia están en orden, y si no lo están saberqué debemos hacer para corregir lo imperfecto. La auditoría externa generaconfianza, y ésta es la condición necesaria para solidificar el vínculo entredonantes y administradores. Los países y empresas que acuden al mercado decapitales en busca de dinero aceptan que sus cuentas sean auditadas. ¿Por qué nola Iglesia?
V.- El dinero en la pastoraleclesial
No deseo en esta exposición repetir lo que otros,con mayor autoridad, (cf. Compartir la multiforme gracia de Dios, CEA,1998, cap.II) han escrito sobre la comunión de bienes en la Iglesia. La teoríaestá bien afirmada. ¿Pero qué pasa en la práctica? Leemos en Gaudium et Spes,29: “resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas ysociales que se dan entre los miembros o los pueblos de una misma familiahumana”. Reemplácese ahora miembros por parroquias, pueblos por diócesis, yfamilia humana por Iglesia, y tendremos una buena descripción de la realidad.Quedaría así: “resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdadeseconómicas y sociales que se dan entre las parroquias y las diócesis de unamisma Iglesia”.
Muchas veces me he preguntado por qué y para quécolaboro en la reforma económica de la Iglesia. Hoy creo conocer la respuesta.Es porque deseo que la evangelización de la Iglesia llegue a los pobres, paraque la proclamada opción preferencial por ellos no sea sólo declamada sinorealizada. Para que “no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino conobras y de verdad” (1Jn.3,18).
Tengo frecuentemente la impresión que los pastoresde la Iglesia proclaman la doctrina social a los laicos para que la apliquen enla sociedad civil, pero nunca veo aplicada esta doctrina a la vida económica dela Iglesia de una manera consistente. Tomemos el caso del principio desolidaridad. Para Juan Pablo II la solidaridad no es “un sentimiento superficialpor los males de tantas personas, cercanas o lejanas”. Al contrario, es unavirtud que consiste en “la determinación firme y perseverante deempeñarse por el bien común; es decir por el bien de todos y cada uno,para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (S.R.S.38).
La organización económica de la Iglesia, tal comoyo la veo, consiste en un conjunto de unidades estancas, las diócesis, lascuales contienen otras unidades estancas, las parroquias. Entre dichas unidadesno existe ninguna norma de justicia distributiva que traduzca el principio de“que todos seamos verdaderamente responsables de todos”, ya que cada unidad esautosuficiente y no está gravada por imposiciones que redistribuyan la riquezade sus miembros. Al interior de las diócesis no existe un verdadero sistemaimpositivo racional, porque los aportes que la curia demanda a las parroquiascon sumas fijas o porcentajes fijos son imposiciones regresivas, es decir quecastigan a los pobres. En ese sentido, el impuesto a las ganancias vigente en lasociedad civil es más justo porque tiene un mínimo no imponible y una escalaprogresiva de las imposiciones en función de losingresos.
A esta especie de feudalismo territorial se agregala independencia de las órdenes y congregaciones religiosas, por un lado, y losnuevos movimientos por el otro, sin que ellos tampoco participen en ningúnesquema redistributivo. La consecuencia es que los ricos están abundantementeservidos, y a los pobres no les llega la palabra por parte de la Iglesia, apesar de la inmensa generosidad de muchas personas que se entregan heroicamente,con escasos recursos, a su servicio. La consecuencia es la presencia crecienteen dichos sectores de nuevos movimientosreligiosos.
Pienso que para ejercer la virtud de solidaridaden la Iglesia sería importante revisar a fondo tanto el derecho que rige laorganización en diócesis y parroquias, como la práctica de la solidaridad intradiocesana e interdiocesana. En una era en que el mundo se encamina a una unidadcada vez mayor, donde las soberanías absolutas de los Estados nacionales cedensu lugar a acuerdos regionales de integración, preludio de uniones más vastas,la comunión de bienes y personas en la Iglesia debería sufrir una transformaciónradical basada no sólo en la nota específicamente cristiana de la gratuidad,sino también en la de la justicia distributiva, para que los que tienen máscontribuyan más en favor de los que menos tienen, no sólo por caridad sino porjusticia. Una interpretación creativa de los cánones 1274 y 1275 abriría lapuerta para ello.
* * *
Es hora de concluir. Lo haré enunciando los quecreo conceptos centrales de mi exposición. Destino universal y comunión debienes, corresponsabilidad, espíritu de servicio, pobreza de espíritu, desapego,mediaciones racionales, conversión espiritual y cultural, opción preferencialpor los pobres.
*Publicado en la revista "Pastores", Vol. 22, dic.2001
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